Segunda Leyenda

Detalle de las placas de agradecimiento - GDM
Una noche de invierno, de esas que sólo Puerto Montt puede otorgar a sus habitantes, regresaba desde la ciudad al campo un hombre de unos cuarenta años.







Cabalgando de prisa por entre los árboles, sin luz alguna que alumbrara sus pasos, y mientras pasaba por el camino de las quemas, fue sorprendido por un par de maleantes, quienes botándolo de su caballo, consideraron a bien el robarle sus pertenencias, frente a lo cual el hombre opuso la tan lógica resistencia.







Sin embargo, aquellos maleantes, sin juicio alguno de buena voluntad y caridad cristiana, le propinaron en respuesta unas buenas punzadas con arma blanca, dejándolo tirado, sin vestimentas ni dinero, sangrando a la buena de Dios.







En el sector no había nadie que viviera cerca, por lo cual permaneció sin socorro alguno, hasta cuando de mañana un obrero que pasaba con rumbo a su trabajo le brindo ayuda...ya era demasiado tarde, las heridas propinadas tenían al pobre individuo con su cuerpo prácticamente descuartizado, de tal forma que al llegar las autoridades y auxiliares de salud, el infortunado ya no pertenecía al mundo de los vivos.







Tan trágica e infortunada muerte, dio pie para que unos días más tarde algún ciudadano piadoso levantara en el lugar del crimen una casita para albergar el alma errante de quien la vida le había sido arrebatada antes de tiempo por un par de criminales.







(Relato basado en el libro "L'Animita" de Oreste Plath)